Andrés Manuel López obrador, lector de Nicolás Maquiavelo. Como entender e instrumentar el príncipe  y seguir siendo humano.- Víctor Alejandro Rosales García (1/2)

Deseo que el pueblo siempre tenga las riendas del poder en sus manos.
El pueblo pone y el pueblo quita y es el único soberano al que debo sumisión y obediencia.
Andrés Manuel López Obrador

Es indispensable decir que el presente texto no trata ser una apología de Andrés Manuel López Obrador. Simplemente ha buscado analizar cuáles son los consejos que el hoy presidente de México ha seguido de la obra de Maquiavelo y cuales no, así como las razones para hacerlo. Afirmo mi simpatía por AMLO y por el proyecto de la Cuarta Transformación, y tal vez eso sea un obstáculo para ser totalmente objetivo. En defensa del texto diré que la objetividad en las Ciencias Sociales no existe, siempre hay un lugar de enunciación, un sesgo por parte de quien escribe y trata de mostrar un punto y, en el caso de este ensayo, el punto es mostrar cómo es que López Obrador hace caso de los consejos de Maquiavelo que tienen que ver con el amor y la simpatía por el pueblo y no por las élites económicas y políticas. La parcial lectura de El príncipe ha hecho que casi todas las personas que hayan leído la obra, se queden sólo con la parte de los consejos más oscuros y de dominación como una forma de ejercicio del poder político. Para el príncipe que no oprime, ni despoja, ni maltrata, ni ve a los pobres ni al territorio como botín para la manipulación y la conquista, la política es un noble oficio que se ejerce para beneficio del pueblo.

Es importante aclarar que Andrés Manuel López Obrador es un aventajado lector de Nicolás Maquiavelo, gracias a que leyó, comprendió, procesó e instrumentó en su ideario y en su actuación política cotidiana (desde hace más de 40 años), la parte más noble y humana de El príncipe y los Discursos sobre la primera década de Tito Livio (quienes no hayan leído o entendido estas obras, creen que Maquiavelo personifica la maldad pura y que es representante de Lucifer en la tierra, pero nada más absurdo y alejado de la realidad). Por lo general, quienes no han comprendido o han mal interpretado El príncipe, afirman que Maquiavelo sólo daba consejos sobre la forma violenta y tramposa en que el príncipe debía gobernar y la manera en que tendría que mantener el poder político del principado (el Estado en la actualidad) y, se olvidan de que Maquiavelo habla en muchas partes que el príncipe, debe ser benévolo, comprensivo y magnánimo con el pueblo, ya que es este quien sostiene a los gobernantes en el poder. Para comprender mejor esta obra clásica, hay que decir que El príncipe fue escrito en un contexto histórico muy diferente al actual, y con referencias históricas de hace más de 2000 años cuando menciona a griegos, romanos, cartagineses o al mítico Centauro Quirón, quien fue quien educó y entrenó a Aquiles, el héroe de la guerra de Troya.

Es muy importante destacar esto y el contexto en el que se escriben los libros que luego se convierten en clásicos de la Ciencia Política, ya que El príncipe fue escrito en los albores de la Modernidad en Florencia, por un político e intelectual muy destacado, Nicolás Maquiavelo, que intentaba congraciarse con la Familia Médici para poder regresar al servicio diplomático (lo cual no logró). Es por ello que dedica su obra a Lorenzo de Médici[1]. Aunado a esto, Maquiavelo pretendía dar consejos para la unificación de Italia y así poder hacer frente a las potencias de la época como eran Alemania, España, Francia e Inglaterra, que constantemente invadían el territorio italiano. Es por ello que debemos hacer mucho hincapié en el contexto en el que se escribió El príncipe y por ello no puede ser tomado en la actualidad como un manual al cual se le debe seguir al pie de la letra, es más bien necesario hacer un trabajo de interpretación del texto para poder discernir lo que es posible rescatar para el contexto actual en nuestro país. Y hay que recalcar esto, El príncipe no es un manual como muchos han mal interpretado, es una descripción histórica de hechos de la época de Maquiavelo y de sucesos anteriores, de los cuales se pueden inferir lecciones para el ejercicio del gobierno. Sin embargo, en el presente ensayo, como se podrá notar a lo largo de la lectura del mismo, se busca rescatar y contextualizar la parte donde el embajador florentino aconseja al príncipe ser benévolo y amigo del pueblo y no oprimirlo: esta precisión es pertinente porque lamentablemente la inmensa mayoría de quienes han leído el texto (y seguro muchos que hacen referencia a él no lo han leído), sólo han buscado rescatar la parte más siniestra de los consejos, como por ejemplo, decir que siempre es más conveniente ser temido que amado, o no cumplir con la fe jurada, lo cual en nuestro contexto de la Cuarta Transformación, es erróneo e impensable.

Otro punto a destacar es que su inspiración como modelo de príncipe fue César Borgia, el hijo del Papa Alejandro VI, quien convirtió a César en Cardenal para poderlo suceder en el Trono Papal, lo cual no aconteció. César Borgia era conocido por su astucia, su inteligencia militar, su carácter violento y su falta total de escrúpulos al momento del ejercicio del poder político. Este era el modelo de príncipe, según Maquiavelo, que requería la Italia de su época para la completa unificación, ya que estaba dividida en diversos estados: Florencia, los Estados Pontificios, Venecia, Génova, el Ducado de Milán y Nápoles.

Con estos antecedentes y referido de forma general el contexto político e histórico en que se escribió la obra, El príncipe tiene gran actualidad para quien quiera verlo como un libro que ofrece consejos en diversos contextos históricos, ya que Maquiavelo alienta al príncipe a ser amigo del pueblo y a no oprimirlo; como debe suceder en un contexto democrático como es el actual en México y en gran parte del mundo. Sin embargo, muchos lo han malinterpretado y sólo se han quedado con el lado cruel, de astucia y violencia que ofrece en sus consejos inspirados en César Borgia y en otros personajes históricos. Muchos en política han justificado sus acciones nefastas y corruptas al momento del ejercicio del poder político tratando de citar a Maquiavelo y diciendo: “el fin justifica los medios”, frase que el autor florentino jamás escribió, pero que por malicia o ignorancia se le atribuye.

Ahora bien, el presente escrito busca identificar cuáles de los consejos que Maquiavelo da en El príncipe, han sido retomados por AMLO en su ideario y estilo personal de gobernar y cuáles no. La idea fundamental es utilizar como guía histórica-política la obra de Nicolás Maquiavelo como referente de actuación de nuestro presidente, destacando la simpatía y amor que ha mostrado tener por el pueblo y no las crueldades con las que se identifica al modelo de príncipe de Maquiavelo.

La metodología del texto es sencilla, de cada uno de los 26 capítulos (a excepción del capítulo XI, del Principado Eclesiástico) que componen la obra de El príncipe, se retomará de cada uno de ellos los consejos que AMLO ha seguido y los que no y que fácilmente pueden ser comprobados con sus ideas, libros que ha escrito y el ejercicio de gobierno que ha hecho tanto cuando fue Jefe de Gobierno en el entonces Distrito Federal (hoy Ciudad de México) como ahora como Presidente de México. Por último, se establecerá que, guardadas las debidas proporciones, hay un gran paralelismo entre muchos de los consejos que da Maquiavelo y las acciones que López Obrador ha emprendido a lo largo de su carrera política; siempre destacando que dichas acciones son la mejor parte del noble oficio de la política que se ejerce en beneficio y por amor a los más vulnerables: los pobres, los marginados, los olvidados de un sistema económico individualista y pensado para el goce de las élites.

En capítulo I de El príncipe, Maquiavelo describe que “todos los Estados, todas las dominaciones que han ejercido y ejercen soberanía sobre los hombres, han sido y son repúblicas o principados”. En México se ha construido bajo un proceso histórico largo y no exento de violencia una república federal dividida en tres poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Esta es la forma del Estado Mexicano en el que AMLO gana la elección de 2018 y asume el Poder Ejecutivo Federal. En el capítulo II, se establece que es más fácil conservar un Estado hereditario, acostumbrado a una dinastía, que uno nuevo, ya que basta con no alterar el orden establecido por los príncipes anteriores, y contemporizar después con los cambios que puedan producirse (…) Porque el príncipe natural tiene menos razones y menor necesidad de ofender: de donde es lógico que sea más amado; y a menos que vicios excesivos le atraigan el odio, es razonable que le quieran con naturalidad los suyos”. Si bien es cierto que en México el poder político no se hereda como en las monarquías (aunque sí se transmitía de forma unipersonal, basta recordar que durante la hegemonía del PRI, así se transmitió el poder), si se transfería entre grupos políticos y económicos emparentados.

Cuando AMLO gana en 2018, ese orden se trastocó, se alteró de manera profunda y dio paso una verdadera elección democrática apoyada por gran parte el pueblo, de ahí que los cambios que ha producido en materia de política económica, fiscal, legal y en otros rubros, sean apoyados por la gente que respalda su proyecto de transformación. Es por ello que como dice Maquiavelo, AMLO no tiene necesidad de ofender al pueblo, al contrario, este lo apoya y está de su lado por su política social, el combate a la corrupción, las obras de infraestructura y los demás proyectos que benefician a las clases más vulnerables; eso explica que sea amado y admirado como un gobernante que se pone del lado de los más necesitados.

Sólo se han inconformado quienes han perdido privilegios, quienes se sentían dueños de México y de todo el aparato público, del Estado y de sus instituciones. Sólo esa élite económica que manejaba la política bajo sus propios intereses, es quien se ha sentido vulnerada en sus privilegios. Esto se vincula con el capítulo III, que establece que, al llegar un nuevo príncipe, en este caso un nuevo presidente, muchos se sientan ofendidos y se conviertan en enemigos “de modo que tienes por enemigos a todos los que has ofendido al ocupar el principado”. Si bien es cierto que existen entre la élite y entre la clase media mexicana, muchos que denostan y hasta odian a AMLO, también es cierto que hay millones que le dan su respaldo, apoyo y legitimidad. Y aunque Maquiavelo aconseja al príncipe actuar contra sus enemigos de la siguiente forma: “a los hombres hay que conquistarlos o eliminarlos, porque si se vengan de las ofensas leves, de las graves no pueden; así que la ofensa que se haga al hombre debe ser tal, que le resulte imposible vengarse”, el presidente de México trata de conquistar a sus más acérrimos adversarios o los elimina política o moralmente, no físicamente como se hacía en el pasado.

AMLO busca conquistar a sus adversarios haciéndoles ver la racionalidad y conveniencia de su proyecto de transformación. Les ofrece ser parte del gabinete legal o ampliado o tener posiciones diplomáticas que les resulten atractivas. Con ello, mata dos pájaros de un tiro: suma a más gente a su causa y desarticula (aún más) a la oposición que busca a toda costa atacarlo. Al sumar nuevos elementos al proyecto de la Cuarta Transformación, el presidente gana más adeptos. Aunque esto puede ser peligroso y hasta contraproducente, como veremos más adelante en el capítulo sobre los secretarios del príncipe, ya que muchos se suman no por amor a la causa del pueblo, sino por conveniencia personal y política y, en razón de ello, son capaces de traicionar cuando así a sus intereses les sea conveniente.

El capítulo IV establece que “todos los principados de que se guarda memoria han sido gobernados de dos modos distintos: o por un príncipe que elige de entre sus siervos, que lo son todos, los ministros que lo ayudarán a gobernar, o por un príncipe asistido por nobles que, no a la gracia del señor, sino a la antigüedad de su linaje, deben la posición que ocupan. Estos nobles tienen Estados y súbditos propios, que los reconocen por señores y les tienen natural afección. Mientras que, en los Estados gobernados por un príncipe asistido por siervos, el príncipe goza de mayor autoridad: porque en toda la provincia no se reconoce soberano sino a él, y si se obedece a otro, a quien además no se tiene particular amor, sólo se lo hace por tratarse de un ministro y magistrado del príncipe”. Aquí cabe el paralelismo entre siervo y ciudadano y entre nobleza y élite. AMLO eligió para acompañarlo en su gobierno a ciudadanos y ciudadanas que consideró gente honesta y comprometida con el proyecto de la Cuarta Transformación. Buscó personas con trayectorias pulcras en el ámbito de lo público que pudieran ayudarle a llevar a cabo la tarea titánica de acabar con la corrupción y transformar las instituciones y las leyes del viejo régimen. Dejó de lado a la élite tradicional que había gobernado durante décadas y que nos llevaron a una situación insostenible de corrupción, tráfico de influencias y uso patrimonialista del aparato público. Esto ha despertado muchos rencores y animadversiones hacia él entre la élite que estaba acostumbrada a ver lo público como parte de su patrimonio, sin embargo, ha despertado mayores simpatías y apoyo entre toda la gente que estaba cansada de los abusos de anteriores administraciones y de sus escándalos de corrupción. Es por ello que se puede afirmar que, mientras el presidente tenga el apoyo del pueblo (o al menos de la mayoría de él), podrá enfrentarse a la élite desplazada y que ha perdido privilegios.

De ahí que el capítulo V establezca que “nada hay mejor para conservar -si se la quiere conservar- una ciudad acostumbrada a vivir libre que hacerla gobernar por sus mismos ciudadanos”.  Aquí es fundamental entender que la libertad que se da a los gobernados para elegir a sus autoridades, a sus representantes y a quienes están dentro de las estructuras de poder de toma de decisiones, es el primer paso de la legitimidad política. Permitir que los ciudadanos de un Estado participen en la toma de decisiones de los asuntos públicos que son de su interés, es creer en la gente como ciudadanos mayores de edad, capaces de discernir entre lo que les conviene y entre lo que no. Así es como AMLO ve al pueblo de México, como una colectividad inteligente y capaz, que no necesita tutelaje y que tiene la capacidad para tomar sus propias decisiones y, si se equivoca, aprende de esos errores y corrige. Ningún gobierno se sostiene por la fuerza por mucho tiempo, es preciso contar con el respaldo de la gente y hacerlos partícipes de la toma de decisiones a través de diversos mecanismos legales e institucionales. Si el pueblo y los ciudadanos en general, se sienten tomados en cuenta en los temas públicos que les atañen, seguramente cuidarán más de elegir mejor, con racionalidad y con mayor información para optar por mejores opciones cuando se le presente la oportunidad. Así un gobierno gana legitimidad y autoridad para conservarse en el poder y seguir gobernando.

De lo anterior podemos inferir que hay ejemplos históricos que pueden servirnos como guía y orientación para no comenzar de cero. Maquiavelo en el capítulo VI establece que “los hombres siguen casi siempre el camino abierto por otros y se empeñan en imitar las acciones de los demás. Y aunque no es posible seguir exactamente el mismo camino ni alcanzar la perfección del modelo, todo hombre prudente debe entrar en el camino seguido por los grandes e imitar a los que han sido excelsos, para que, si no los iguala en virtud, por lo menos se les acerque”. Sin duda es una de las máximas que AMLO sigue con mayor precisión. El presidente constantemente nos habla de historia y pone ejemplos de acontecimientos pasados que nos sirven como lecciones para el presente, lo mismo hace con actores políticos de nuestra historia nacional. Los personajes a los que más recurre como ejemplos a seguir son: Benito Juárez, Francisco Madero y Lázaro Cárdenas, entre los más destacables. Hace gala de erudición al resaltar pasajes, hechos y personajes que han moldeado la historia de nuestro país. Cuando se ha referido a estos acontecimientos y a sus protagonistas, ha mencionado en más de una ocasión al escritor florentino y lo cita cuando habla de la fortuna y la virtud; que podríamos resumir como que la fortuna es la suerte y la virtud son los principios. Ambas, dice Maquiavelo y el propio AMLO, le son necesarias al gobernante, ya que “descubriremos que no deben a la fortuna sino el haberles proporcionado la ocasión propicia, que fue el material al que ellos dieron la forma conveniente. Verdad es que, sin esa ocasión, sus méritos de nada hubieran valido; pero también es cierto que, sin sus méritos, era inútil que la ocasión se presentara”. Se pueden tener planes, proyectos y políticas basadas en un conjunto de principios sólidos, pero sin fortuna para ser instrumentados se pueden llegar a convertir en letra muerta y en reflejo de fracaso. Y viceversa, se puede contar con una gran suerte, pero sin principios rectores esa fortuna pronto puede llegar a convertirse en decepción e incompetencia. Y para poder instrumentar políticas de gobierno, planes y programas, se requieren leyes e instituciones, a esto Maquiavelo dice que “las dificultades nacen en parte de las nuevas leyes y costumbres que se ven obligados a implantar para fundar el Estado y proveer a su seguridad. Pues debe considerarse que no hay nada más difícil de emprender, ni más dudoso de hacer triunfar, ni más peligroso de manejar, que el introducir nuevas leyes. Se explica: el innovador se transforma en enemigo de todos los que se beneficiaban con las leyes antiguas, y no se granjea sino la amistad tibia de los que se beneficiarán con las nuevas (…) el innovador se transforma en enemigo de todos los que se beneficiaban con las leyes antiguas (…) de donde resulta que, cada vez que los que son enemigos tienen oportunidad para atacar, lo hacen enérgicamente”. En el caso de AMLO no ha resultado tan complicado crear e introducir nuevas leyes, ya que por el alto porcentaje de votación que obtuvo, su partido político, el movimiento de regeneración nacional, contó en la LXIV Legislatura con la mayoría (junto con sus aliados parlamentarios) para aprobar reformas constitucionales y nuevas leyes. Sin embargo, mucha de esa nueva legislación y del combate frontal a la corrupción, le ha enemistado con una parte de la élite política y económica que se beneficiaba del viejo régimen de privilegios, prebendas y actos de corrupción. Élite que maneja grandes empresas, medios masivos de comunicación y partidos políticos de oposición, que no pierden oportunidad para atacar al gobierno de la Cuarta Transformación. Se han dedicado a tratar de enlodar todos los logros de la administración que encabeza López Obrador y han buscado a toda costa desacreditar al propio presidente, a su familia y a sus colaboradores más allegados y como afirma Maquiavelo “los hombres ofenden por miedo o por odio”. No obstante estos intentos han resultado infructuosos, ya que AMLO cuenta con el respaldo de millones de mexicanos que ya no creen en las mentiras fabricadas por las grandes televisoras y por sus voceros, los intelectuales orgánicos del antiguo régimen. Ahora con las redes sociales (las benditas redes sociales, como las llama el propio López Obrador), el pueblo tiene la oportunidad de fuentes alternativas de información. Ya no hay necesidad de que el gobierno “cuando ya no crean, se les pueda hacer creer por la fuerza”, como decía Maquiavelo y como se hacía en el pasado en México, ahora la gente tiene la libertad de informarse, crearse su propio criterio y decidir quién dice la verdad y quien está mintiendo sobre los temas públicos.

Siguiendo con el hilo de estas ideas sobre las leyes y las instituciones nuevas, Maquiavelo establece en el capítulo VII que “el que no coloca los cimientos con anticipación podría colocarlos luego si tiene talento, aun con riesgo de disgustar al arquitecto y de hacer peligrar el edificio”. Es por ello que AMLO, siguiendo el consejo del diplomático florentino, está colocando los cimientos de la Cuarta Transformación desde el inicio de su administración, aprovechando su alta aprobación, su legitimidad, el apoyo popular y la mayoría de morena en el Poder Legislativo. Sin duda la transformación que pretende hacer el Presidente requiere de enormes esfuerzos y del trabajo, convicción y principios de millones de mexicanos, no es tarea de un solo hombre como ejemplificaba Maquiavelo con César Borgia en la Romaña al decir que “el príncipe nuevo que crea necesario defenderse de enemigos, conquistar amigos, vencer por la fuerza o por el fraude, hacerse amar o temer de los habitantes, respetar y obedecer por los soldados, matar a los que puedan perjudicarlo, reemplazar con nuevas las leyes antiguas, ser severo y amable, magnánimo y liberal, disolver las milicias infieles, crear nuevas, conservar la amistad de reyes y príncipes de modo que lo favorezcan de buen grado o lo ataquen con recelos; el que juzgue indispensable hacer todo esto, digo, no puede hallar ejemplos más recientes que los actos del duque”. Para López Obrador, a diferencia del ejemplo de Maquiavelo, la consolidación de un proyecto de tal magnitud, se hace por medio de los ideales, de principios, del convencimiento por medio de la razón y sumando a su causa a la mayor cantidad de personas posibles. Si bien es cierto se requiere de fuerza, de fortuna y virtud para la gran transformación, esos elementos son muy diferentes para Maquiavelo y para AMLO que cree en la ética como afirmación de la vida del pueblo, en los principios y en los ideales; cree en la fuerza de las leyes y de las instituciones. Para Maquiavelo el robo, la mentira, la traición, la violencia, la amenaza y el asesinato, eran herramientas clave para un príncipe, pero esas herramientas son en las que no cree el Presidente López Obrador. Esas eran las estrategias de los gobernantes que le precedieron y que así actuaron; es por ello que él mismo afirma “no somos iguales”.

El capítulo VIII es muy ilustrativo para marcar esta diferencia entre AMLO y sus predecesores. Maquiavelo afirmaba que “se asciende al principado por un camino de perversidades y delitos; y después, al caso en que se llega a ser príncipe por el favor de los conciudadanos”. En el caso de por lo menos los dos ex presidentes que le precedieron a AMLO (aunque la lista podría ser muy larga, incluyendo a Carlos Salinas), podemos decir que sus administraciones estuvieron marcadas por el fraude, la violencia, la corrupción y la mentira; como afirma el florentino, llegaron por “un camino de perversidades y delitos”. Felipe Calderón llegó por medio del fraude electoral y Enrique Peña Nieto por medio de la compra de la Presidencia. A diferencia de ellos, AMLO alcanzó la Presidencia con más del 50% de los votos emitidos, que en términos numéricos suman más de treinta millones de sufragios a su favor, lo cual impidió cualquier posibilidad de fraude electoral (López Obrador llegó por el favor de los conciudadanos). No se abundará más en el tema, se ha escrito mucho sobre el mismo. Simplemente es importante entender que en la forma de llegar al máximo cargo de nuestro país (o cualquier cargo público), se reflejará la forma del ejercicio del poder; ejemplo de esto es Carlos Salinas que llegó por medio de un fraude electoral, y trató de legitimarse a través del llamado “quinazo”, y se convirtió en “el padre de la desigualdad moderna”, como lo llama el propio López Obrador.

Siguiendo este orden de ideas sobre el apoyo con el que ganó AMLO, el capítulo IX es un ejemplo magnífico de esto y de la relación que el presidente tiene con el pueblo de México. Trataremos ahora del segundo caso: aquel en que un ciudadano no por crímenes ni violencia; sino gracias al favor de sus compatriotas, se convierte en príncipe. El Estado así constituido puede llamarse principado civil. El llegar a él no depende por completo de los méritos o de la suerte; depende, más bien, de una cierta habilidad propiciada por la fortuna, y que necesita, o bien del apoyo del pueblo, o bien del de los nobles (…) El principado pueden implantarlo tanto el pueblo como los nobles, según que la ocasión se presente a uno o a otros. Los nobles, cuando comprueban que no pueden resistir al pueblo, concentran toda la autoridad en uno de ellos y lo hacen príncipe, para poder, a su sombra, dar rienda suelta a sus apetitos. El pueblo, cuando a su vez comprueba que no puede hacer frente a los grandes, cede su autoridad a uno y lo hace príncipe para que lo defienda. Pero el que llega al principado con la ayuda de los nobles se mantiene con más dificultad que el que ha llegado mediante el apoyo del pueblo, porque los que lo rodean se consideran sus iguales, y en tal caso se le hace difícil mandarlos y manejarlos como quisiera. Mientras que el que llega por el favor popular es única autoridad, y no tiene en derredor a nadie o casi nadie que no esté dispuesto a obedecer. Por otra parte, no puede honradamente satisfacer a los grandes sin lesionar a los demás; pero, en cambio, puede satisfacer al pueblo, porque la finalidad del pueblo es más honesta que la de los grandes, queriendo éstos oprimir, y aquél no ser oprimido. Es bien sabido el amor, el respeto y la dignidad que siente AMLO frente al pueblo (entendido este en términos gramscianos como el bloque social de los oprimidos[2]) y gracias a este fue que ganó la Presidencia. El pueblo lo ha elegido para transformar las condiciones materiales de vida, para regenerar la vida pública de México, para combatir la corrupción, para que haya justicia, para que la economía sea social y solidaria y que la riqueza no se quede en manos de unos cuantos, para transformar a las instituciones públicas que por décadas sólo han servido a una élite económica y política rapaz y egoísta. El pueblo, como afirmaba Maquiavelo, lo que pide es no ser oprimido, ni política, ni social, ni económicamente, y en México nunca antes se tuvo tanta libertad para expresarse, para hacer y decir dentro del marco de la ley. Hoy como nunca antes se puede disentir sin ser perseguido como se hacía en el pasado. Es por ello que la mayoría del pueblo quiere y respeta a AMLO, porque se ha sabido ganar su afecto con acciones, no con discursos huecos (“el príncipe puede ganarse a su pueblo de muchas maneras, que no mencionaré porque es imposible dar reglas fijas sobre algo que varía tanto según las circunstancias. Insistiré tan sólo en que un príncipe necesita contar con la amistad del pueblo, pues de lo contrario no tiene remedio en la adversidad”). Sumado a esto, podemos decir que “un príncipe jamás podrá dominar a un pueblo cuando lo tenga por enemigo, porque son muchos los que lo forman; a los nobles, como se trata de pocos, le será fácil. Lo peor que un príncipe puede esperar de un pueblo que no lo ame es el ser abandonado por él; de los nobles, si los tiene por enemigos, no sólo debe temer que lo abandonen, sino que se rebelen contra él; pues, más astutos y clarividentes, siempre están a tiempo para ponerse en salvo, a la vez que no dejan nunca de congratularse con el que esperan resultará vencedor”. Bajo las condiciones que ha establecido AMLO para su gobierno, teniendo a la política social como la joya de la corona, es difícil pensar en que el pueblo deje de apoyar al Presidente (“el que llegue a príncipe mediante el favor del pueblo debe esforzarse en conservar su afecto, cosa fácil, pues el pueblo sólo pide no ser oprimido”), y no sólo por recibir apoyos de los programas sociales, sino porque la gente se da cuenta del verdadero interés que AMLO siente por ellos, por los más desfavorecidos, por los oprimidos, marginados y excluidos de las oportunidades. Existe un verdadero afecto entre AMLO y el pueblo que lo apoya, y esto se refleja en sus altos índices de popularidad y legitimidad, para Maquiavelo “si es un príncipe quien confía en él, y un príncipe valiente que sabe mandar, que no se acobarda en la adversidad y mantiene con su ánimo y sus medidas el ánimo de todo su pueblo, no sólo no se verá nunca defraudado, sino que se felicitará de haber depositado en él su confianza”. El propio Andrés Manuel lo ha dicho, que él está donde está gracias al pueblo que confía en él y él confía en el pueblo.

Sin embargo, la otra cara de la moneda es parte de la élite que hoy apoya a AMLO y que mañana podría abandonarlo por conveniencia. Los ricos que hoy están con el Presidente, jamás tendrán amor por el pueblo, tienen amor por el dinero a quien ven como su único y verdadero Dios. De la élite económica en México podemos decir en palabras de Maquiavelo que “en lo que se refiere a los grandes, digo que se deben considerar en dos aspectos principales: o proceden de tal manera que se unen por completo a su suerte, o no. A aquellos que se unen y no son rapaces, se les debe honrar y amar; a aquellos que no se unen, se les tiene que considerar de dos maneras: si hacen esto por pusilanimidad y defecto natural del ánimo, entonces tú debes servirte en especial de aquellos que son de buen criterio, porque en la prosperidad te honrarán y en la adversidad no son de temer, pero cuando no se unen sino por cálculo y por ambición, es señal de que piensan más en sí mismos que en ti, y de ellos se debe cuidar el príncipe y temerles como si se tratase de enemigos declarados, porque esperarán la adversidad para contribuir a su ruina”. Parte de esa élite económica hoy se suma a la Cuarta Transformación más por conveniencia que por convicción, se debe tener cuidado con ellos porque podrían dar una voltereta muy desagradable. Ya que, como afirmaba Maquiavelo en el capítulo X, “los hombres son enemigos de las empresas demasiado arriesgadas, y no puede reputarse por fácil el asalto a alguien que tiene su ciudad bien fortificada y no es odiado por el pueblo… Un príncipe, pues, que gobierne una plaza fuerte, y a quien el pueblo no odie, no puede ser atacado; pero si lo fuese, el atacante se vería obligado a retirarse sin gloria”. Muy arriesgado sería para muchos de los empresarios que hoy apoyan a AMLO y que en el pasado eran partidarios del viejo régimen, jugar al doble agente mientras sigan obteniendo ganancias. El propio Presidente los desenmascaró cuando preguntó que si en su sexenio habían dejado de obtener ganancias por sus negocios, a lo cual se puede afirmar que no, ellos siguen ganando. Lo que ha cambiado es esa relación perversa que establecieron con el poder político para ganar contratos millonarios en obras públicas y en todo tipo de acuerdos plagados de corrupción; eso es lo que han dejado de ganar con el gobierno de la Cuarta Transformación. Todo esto lo sabe y lo entiende a la perfección AMLO, no se fía de los nuevos conversos y desde hace poco leales partidarios, ya que hasta hace no mucho eran sus más acérrimos contrincantes. Él sabe que, como escribió Stefan Zweig, contra hombres hay que luchar, a los charlatanes se les derriba con un gesto[3]. Esta lección la podemos leer en el capítulo XIII del Príncipe que dice que “aquel que en un principado no descubre los males sino una vez nacidos, no es verdaderamente sabio”. Confiemos en la sabiduría de nuestro presidente para detectar las trampas con astucia como hacen los zorros.

Ahora bien, para poder acabar con esas relaciones de complicidad, ha habido que modificar leyes y crear nuevas. Se ha modificado la Constitución para que ya no sean condonados los impuestos, por ejemplo. También se creó la Ley de Austeridad Republicana y se crearon nuevas instituciones como el Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado. AMLO siguiendo a Maquiavelo en el capítulo XII, se ha dado cuenta que para construir un nuevo régimen político, son necesarias nuevas leyes que sean respaldadas por buenas tropas, ya que “los cimientos indispensables a todos los Estados, nuevos, antiguos o mixtos, son las buenas leyes y las buenas tropas”. El gobierno de la Cuarta Transformación se ha empeñado en diversas reformas legales, tanto constitucionales como de leyes secundarias, por considerar que el andamiaje jurídico que hoy se tiene, en su mayoría se diseñó y se instrumentó en los gobiernos neoliberales de las últimas cuatro décadas. Es una estructura jurídica del despojo[4] que ha permitido a unos pocos apoderarse de las riquezas nacionales que son patrimonio de todos los mexicanos.

Cuando se hace referencia a las buenas tropas (contario a las tropas mercenarias de medios de comunicación, partidos de oposición y todos aquellos que se alquilan para golpear a AMLO y el proyecto de transformación que encabeza) debemos pensar en dos cosas: 1) la creación de la Guardia Nacional (y las nuevas leyes que le dan su marco jurídico de actuación), el Ejército y la Marina y; 2) un ejército de ciudadanos que han pasado por un proceso de concientización política que el propio presidente ha llamado la “revolución de las conciencias”. Ambos han servido para dar apoyo y legitimidad a las acciones del Gobierno Federal. Las fuerzas armadas se han encargado de temas tan importantes como la construcción de infraestructura (el Aeropuerto Felipe Ángeles, por sólo citar un ejemplo), así como de administrar los puertos y las aduanas que, por décadas, habían sido puntos nodales de la corrupción de los gobiernos anteriores. El ejército ciudadano simpatizante de AMLO y de la Cuarta Transformación, ha sido el encargado de las consultas como la del Aeropuerto de Texcoco, la de juicio a los ex presidentes y la de revocación del mandato del propio López Obrador. Sin duda AMLO ha seguido el consejo del diplomático florentino al echar mano de buenas leyes que sean respaldadas por buenas tropas, leales y honestas, para llevar a cabo su proyecto de transformación. Jamás se ha allegado de tropas mercenarias de periodistas carroñeros que venden su pluma al mejor postor; en esto AMLO ha hecho caso del consejo de Maquiavelo; siempre apostar por las propias tropas y nunca por mercenarios de los medios masivos de comunicación.

Como dijimos desde el principio, hay que contextualizar los consejos de Maquiavelo. En este sentido, el capítulo XIV nos puede servir de ejemplo: “un príncipe jamás debe dejar de ocuparse del arte militar, y durante los tiempos de paz debe ejercitarse más que en los de guerra; lo cual puede hacer de dos modos: con la acción y con el estudio. En lo que atañe a la acción, debe, además de ejercitar y tener bien organizadas sus tropas, dedicarse constantemente a la caza con el doble objeto de acostumbrar el cuerpo a las fatigas y de conocer la naturaleza de los terrenos, la altitud de las montañas, la entrada de les valles, la situación de las llanuras, el curso de los ríos y la extensión de los pantanos”. El “arte militar” de AMLO es su dedicación constante, infatigable e ineludible al frente del Gobierno Federal y las responsabilidades que ello conlleva. Su estrategia de combate son las conferencias matutinas y el establecer la agenda en ellas. Su táctica son los temas que a él le interesa que sean tomados en cuenta o destacados por parte tanto de medios afines a su gobierno como por parte de sus detractores, sobre todos las cadenas de televisión y los más importantes diarios de circulación nacional, sobre todo Reforma y El Universal. Aunado a ello, las reuniones de seguridad que todos los días tiene por la mañana son parte de este ejercicio constante de información y retroalimentación. Sus giras cada fin de semana dan cuenta de que conoce bien el territorio nacional o como dijera Maquiavelo, “conoce el terreno”. Ha visitado varias veces todos y cada uno de los más de 2400 municipios que tiene nuestro país, lo hace por tierra para conocer y entender el sentir y pensar de la gente con la que constantemente está platicando y de quienes recoge sus críticas, quejas, peticiones, sueños y anhelos. Por todo ello, se ha convertido en ejemplo a seguir para otros políticos y gobernantes, sólo esperemos que sigan sus pasos. En este mismo capítulo, Maquiavelo escribió que “en cuanto al ejercicio de la mente, el príncipe debe estudiar la Historia, examinar las acciones de los hombres ilustres, ver cómo se han conducido en la guerra, analizar el porqué de sus victorias y derrotas para evitar éstas y tratar de lograr aquéllas; y sobre todo hacer lo que han hecho en el pasado algunos hombres egregios que, tomando a los otros por modelos, tenían siempre presentes sus hechos más celebrados”. De esto no hay mucho que decir sobre AMLO, él nos demuestra constantemente que es un gran conocedor de la Historia de México y de sus personajes ilustres que le sirven como guía y como faro en sus acciones cotidianas.

Uno de los pasajes más conocidos de El príncipe es el capítulo XV titulado, De aquellas cosas por las cuales los hombres y especialmente los príncipes, son alabados o censurados. Dicho capítulo establece que “un hombre que en todas partes quiera hacer profesión de bueno es inevitable que se pierda entre tantos que no lo son. Por lo cual es necesario que todo príncipe que quiera mantenerse aprenda a no ser bueno, y a practicarlo o no de acuerdo con la necesidad”. En el caso de AMLO no parece que quiera hacer “profesión de bueno”, más bien como él mismo lo ha dicho en múltiples ocasiones, es un hombre que por encima de todo valora su honestidad, su integridad y su apego a sus principios. Hasta ahora, después de más de 40 años de estarlo vigilando el aparato de espionaje de la otrora muy temida Dirección Federal de Seguridad y posteriormente el CISEN, no le han podido comprobar nada que se acerque a lo deshonesto, fraudulento o a un acto de corrupción. ¿Eso lo hace un santo? No, simplemente nos demuestra su congruencia entre lo que dice y lo que hace. Tal vez para el contexto histórico de Maquiavelo lo que él mismo escribió en este capítulo haya sido válido, pero para nuestro contexto actual parece que no, y AMLO lo ha demostrado con creces. La idea de aprender a no ser bueno parece más un consejo entre ampones y mafias, que entre hombres y mujeres de bien que gobiernan en aras del bienestar común. Pensar que no se debe ser bueno en el ámbito político es pensar en la política como una dominación y no como un servicio; es ver el ejercicio de lo público como un botín a repartir y que hay que mantener a costa de lo que sea, y no como un noble oficio que se ejerce por vocación y con convicción de que se está ahí para mejorar las condiciones de vida y de bienestar de la población. Porque si no se está en el gobierno y en política para satisfacer las necesidades de la población (y sobre todo de la más vulnerable) entonces ¿para que se está ahí? ¿Para qué participar en política si no es para ayudar a mejorar las condiciones materiales de vida de quienes más lo necesitan? Aquí AMLO no hace caso del consejo del diplomático florentino.

En este mismo capítulo se dice que “los príncipes, por ocupar posiciones más elevadas, son juzgados por algunas de estas cualidades que les valen o censura o elogio. Uno es llamado pródigo, otro tacaño; uno es considerado dadivoso, otro rapaz; uno cruel, otro clemente; uno traidor, otro leal; uno afeminado y pusilánime, otro decidido y animoso; uno humano, otro soberbio; uno lascivo, otro casto; uno sincero, otro astuto; uno duro, otro débil; uno grave, otro frívolo; uno religioso, otro incrédulo, y así sucesivamente”. En este sentido para nadie es un secreto que los detractores de AMLO lo juzgan hasta por lo que no hizo o no es su responsabilidad. Cualquier cosa les sirve de pretexto para atacar al Presidente y hacer acusaciones que rayan en lo absurdo y lo rocambolesco. Lo acusan de cualquier cantidad de cosas absurdas y que muchas de ellas son noticias falsas inventadas por sus adversarios políticos y reproducidas hasta el hartazgo por todas aquellas personas que no creen en el proyecto de transformación que encabeza López Obrador. Ningún mérito le reconocen ni a él ni al gobierno que encabeza. Por otro lado, hay quienes, en el sentido inverso, casi lo envuelven en un halo de divinidad y le atribuyen cualidades cuasi divinas y el don de no equivocarse jamás. Ambas posturas parecen exageradas y lo mejor sería analizar con racionalidad y con elementos suficientes sus acciones al frente del Ejecutivo Federal. 

Continuara…


[1] Acoja, pues, Vuestra Magnificencia este modesto obsequio con el mismo ánimo con que yo lo hago; si lo lee y medita con atención, descubrirá en él un vivísimo deseo mío: el de que Vuestra Magnificencia llegue a la grandeza que el destino y sus virtudes le auguran. Y si Vuestra Magnificencia, desde la cúspide de su altura, vuelve alguna vez la vista hacia este llano, comprenderá cuán inmerecidamente soporto una grande y constante malignidad de la suerte. Final de la dedicatoria de Maquiavelo a Lorenzo de Médici.

[2] Puede ahora entenderse que lo “popular” es lo propio del pueblo en sentido estricto (lo referente al “bloque social de los oprimidos”). Dussel, Enrique. 20 Tesis de Política, Editorial Siglo XXI,México, 2006, pp. 91-93.

[3] Zweig, Stefan. Fouché, el genio tenebroso, Porrúa, Colección Sepan Cuantos, núm. 689, México, 2019. p. 73.

[4] Despojo es la apropiación violenta o encubierta bajo formas legales de bienes naturales y de bienes de propiedad comunal o pública. Hernández Cervantes, Aleida. “Crítica al pluralismo jurídico neoconservador desde la teoría feminista”, en Cárdenas Gracia, Jaime, et. al., Teorías Críticas y Derecho Mexicano, Editorial TIRANT LO BLANCH, México, 2019, pp. 89-90.

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