¿Qué es la 4T? – Jorge Zúñiga M.

¿Qué es la 4T?

Jorge Zúñiga M

A mi amigo Emmanuel,

con mucho amor y cariño

El periodista Julio Hernández López, también conocido como Julio “Astillero”, ha insistido en sus espacios informativos que la 4T es un slogan publicitario, una lema de campaña. Con ello ha señalado también que a una etapa política e histórica no se le puede juzgar de antemano como un proceso de transformación, sino sólo en retrospectiva.

Sin embargo, el “Astillero” es impreciso o, al menos, no del todo exacto. Es verdad que un lema puede convertirse, en cierto punto, como un slogan de campaña, como se le ha escuchado constantemente durante los periodos electorales. Pero ese lema, en todo caso, lo que hace es recoger una experiencia social y política, y que si tiene éxito es porque  se alinea con el sentir o la experiencia de quien recibe el mensaje . De modo que el lema no llega a ser interpelante por sí sólo, sino que requiere de un sentir y una experiencia previa de parte de quienes reciben el mensaje para que pueda perdurar en la memoria. Así, tenemos dos elementos para el éxito de un lema: recoger el sentir de la sociedad y poder formular discursivamente una frase (el slogan) que exprese lo que la gente está pensando.

Visto así, Julio Hernández olvida que antes del lema hay un sentir de la población que es expresado por el lema. En este sentido, es inexacto decir que la 4T es un lema de campaña o publicitario. Muy por el contrario, considero que la 4T es un momento histórico que vive la sociedad mexicana.

En efecto, para no hacer un rastreo histórico que exija la consideración del sinfín de factores que determinan a una sociedad, podemos recordar brevemente el sexenio anterior para darnos cuenta de lo que es la 4T.

Si bien el fracaso económico de los tecnócratas neoliberales se hacía ya evidente con el término de los gobiernos de Carlos Salinas y de Ernesto Zedillo (el dúo neoliberal dinámico de la debacle económica del país), el sexenio de Enrique Peña Nieto llevó al país al límite: una devaluación de casi 80% de la moneda nacional frente al dólar al término de su sexenio, la privatización de PEMEX (empresa nacional que aún con el saqueo que vivió de forma demencial por los gobiernos de los últimos 30 años, fungía como una de las tres fuentes de ingreso nacional), un sistema político y económico bien aceitado basado en la corrupción y el manejo irresponsable de las finanzas públicas, desfalcos del erario público para el pago de campañas políticas, el incremento de la deuda pública nacional a 49% del Producto Interno Bruto, entre muchas otras rayas al tigre.

También el gobierno de Peña Nieto representó una forma de gobernar basada, principalmente, en dos elementos: la formación de una opinión pública favorable a las acciones de gobierno en donde el dinero a medios de comunicación masiva y el pago de publicidad en páginas de internet de periodistas con una exposición mediática importante, muchos de ellos y ellas siendo también directivos de medios informativos importantes, era el medio privilegiado para formar esa opinión pública favorable, o al menos eso pensaban, así como la cooptación de la oposición mediante la repartición de prebendas y presupuesto amplio injustificado, como fue el Pacto por México. Sumado a esto, el uso de la represión y la violencia, sea por el uso de las fuerzas represivas del Estado, sea por el pago de grupos de choque (los famosos “encapuchados”), eran los instrumentos guardados para quienes manifestaban su descontento en las calles.

Por supuesto, fácilmente podría pensarse que esto es la política de Atlacomulco. Pero es más que eso. Este grupo político del PRI sólo exhibió de una forma tenue las viejas formas de este partido. La política es para hacer negocios y quien se oponga, o le damos una rebanada del pastel o le damos palo. El sexenio de Peña Nieto es la máxima expresión vulgar de la política que llevó a cabo Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón. Con la diferencia de que Enrique Peña Nieto no supo compartir con las élites e, incluso, las llegó a extorsionar, como lo consigna Roberto Rock en su libro La historia detrás del desastre (Grijalbo, 2019), razón por la cual incluso dentro del 1% de la población perdió apoyo. Pero lejos de esto, él sólo llevó el lema “libre mercado y violencia” al extremo.

No está demás añadir a lo anterior, su alta incompetencia para gobernar un país que distaba del Estado de México, una entidad gobernada por una clase política acostumbrada a eliminar a la oposición parlamentaria, acostumbrada a ser la principal fuente de ingresos de los medios informativos locales, no entrenada a lidiar con movimientos sociales locales, ni mucho menos nacionales, y un sinfín de incompetencias políticas sobre las cuales está formada la clase política priista del EdoMex.

Frente a esto, no puede pensarse que la 4T sea sólo un lema de campaña o un slogan publicitario. La aspiración de transformar el país es un sentimiento colectivo que se fue construyendo desde finales de los años noventa ante el fracaso evidente del modelo neoliberal. El deterioro económico del país ya de esos años continúo con los gobiernos panistas y reventó con el gobierno de Peña Nieto.

En este periodo se generaron evidentemente diversas manifestaciones y movimientos políticos que valientemente se enfrentaron contra el modelo rapaz neoliberal y neocolonial: el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), los campesinos de Atenco frente a la construcción del aeropuerto foxista, la marcha del desafuero, entre otros.

De estos movimientos, aquel que decantó en una amplia construcción hegemónica crítica frente al pacto de camarillas fue el obradorismo. Y tan amplia se ha creado una hegemonía entorno a su proyecto que encontramos ahí de todo. Asunto que no asombra toda vez que se miran de cerca los procesos de transformación que se suscitaron desde comienzos de siglo en América del Sur, como aquel en Brasil con Luiz Ignacio “Lula” da Silva, el venezolano con Hugo Chávez, el argentino con Néstor y Cristina Kirchner, o el ecuatoriano con Rafael Correa y el boliviano con Evo Morales. Estos procesos no han quedado exentos de la inclusión de personajes cuestionables y de contradicciones propias de la realidad empírica. Esto último acertadamente indicado por Álvaro García en Las tensiones creativas de la revolución (Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, s/f).

La 4T es, así, un momento de hartazgo en el cual la sociedad mexicana, frente a la política y economía obscena y desmesurada de Peña Nieto, se daba cuenta que había que cambiar, que el país necesitaba un nuevo rumbo, que era momento de construir nuevos caminos. Este hartazgo lo dejó registrado el mismo Julio “Astillero” en su libro Encabronados (Temas de Hoy, 2017), y este “encabronamiento” fortalecía a la vez la aspiración de un cambio estructural, pues  estaba claro que con la vieja clase política a cargo de la administración y gestión del Estado al único lugar que se encaminaría el país era al precipicio.

Este sentimiento de cambio fue y es colectivo, pero esto no basta para conducir políticamente el cambio: la necesaria transformación. Es así que López Obrador se asumió como uno de los líderes de este momento. Pero no lo hace después del sexenio de Peña Nieto, sino desde finales de los noventa, momento del rescate bancario y del fortalecimiento del PRIAN que tan servía a los intereses de los grandes empresarios que con desfachatez siempre a finales de sexenio exentaban desde la Cámara de Diputados al gran empresariado de pagar impuestos atrasados. El PRIAN hasta de lo más mínimo exentaban a las grandes empresas que forman a su vez el bloque de los poderes fácticos.

El momento para colocarse López Obrador como protagonista de un bloque antihegemónico al periodo y pacto neoliberal, lo tuvo cuando fue Jefe de Gobierno del Distrito Federal. Desde sus mañaneras de entonces colocó un discurso antineoliberal pero no antiinstitucional, aunque sí anti stablishment. Su lema no era “al diablo con las instituciones” como se han cansado de repetirlo los medios de comunicación aliados a los intereses del gran capital mexicano, sino recuperar al Estado para todos y todas y reorientarlo hacia una función de mejor distribución de la riqueza y de construir oportunidades equitativas para todos. Con este discurso y con las políticas que pudo implementar durante su gestión como Jefe de Gobierno del D.F., él se colocó desde entonces como un líder político que podía encabezar la transformación que el país necesitaba y necesita para salir de la larga noche neoliberal y neocolonial en México.

Y mientras las políticas de privatización avanzaban a la par de una democracia representativa que cada vez se despegaba más de las demandas de la ciudadanía empobreciendo al grueso de la población y alimentando las arcas de los caciques económicos nacidos en el periodo de privatizaciones, como lo ha dejado de manifiesto Gerardo Esquivel en Desigualdad extrema en México (Oxfam, 2015), la interpelación entre AMLO y la población se iba incrementando hasta llegar al abrumador triunfo del 1 de julio del 2018.

La 4T no es un lema publicitario, es un sentimiento colectivo de cambio. Y en la lógica electoral, la sociedad mexicana en 2018 vio en Andrés Manuel López Obrador esa figura política que podía encabezar desde la institución presidencial la cuarta transformación, una que resarza los logros magros, los vicios y los fracasos de la tercera.

Aquí entraría, no obstante, un punto de coincidencia con Julio Hernández. Si el proyecto que se tiene de 4T es o no una transformación, será un juicio que ciertamente se hará a la distancia. La historia juzgará, como se suele decir. Hay visos de varias acciones de gobierno actuales encaminadas a colocar los escalones de esa 4T, tales como combate a la corrupción, la reducción del sistema de impunidad, la redistribución de recursos a los estudiantes del sistema educativo para ayudar a que continúen sus estudios sin impedimento económico, la desobediencia a los dictados neoliberales de endeudamiento de las naciones, entre otras. Pero hay también acciones que no son propias de una transformación, al menos como la imaginamos, como ya lo indiqué arriba, y que serán juzgadas también en su momento por sus efectos y logros.

Que el juicio sobre si hubo o no, o qué tan profundo pudo ser el proyecto de la 4T, se haga a la distancia, tampoco significa que a ella no se le pueda criticar aquí y ahora. Se le tiene que criticar, pero  no de una forma sumaria y definitiva, mucho menos como si ésta fuera algo ya culminado. Un juicio de este tipo sería como aquel que Jorge Volpi hizo sobre el gobierno de López Obrador a principios del 2020 en un diálogo con Chantal Mouffe (20/02/2020). En esta plática, Jorge Volpi sentenciaba sumariamente que el gobierno de López Obrador era un fracaso y que era tan neoliberal como sus antecesores, que era lo mismo que lo anterior y, por ende, no había cambio alguno. Chantal Mouffe, filósofa cercana a los movimientos sociales de izquierda tanto en España (con Los Indignados y Podemos) como en Argentina (con las Madres de Plaza de Mayo), preguntó: “¿Cuánto tiempo lleva López Obrador gobernando?”. Ante la respuesta de “poco más de un año”. Ella volteó a ver con seriedad al elocuente escritor para decirle: “hay que tener paciencia, es muy temprano aún”. A Volpi sólo le quedó escuchar ante la falta de réplica.

La 4T no puede depender de una persona. Es un momento histórico que se construye en colectividad, en comunidad, con el esfuerzo de mujeres y hombres, de niños y jóvenes, de funcionarios y servidores públicos, de representantes populares en las Cámaras Legislativas y de jueces, de profesionistas, de las campesinas y los campesinos, de los comerciantes y los trabajadores, y del sinfín de actores públicos. Y, evidentemente, si hay un partido que ha nacido con la encomienda de impulsar la 4T como es MORENA, éste debe rebasar al pragmatismo y vincularse con seriedad a la formación de cuadros que construyan y operen desde las instituciones, y en comunicación constante con los movimientos sociales, los cambios necesarios en una relación estrecha con los oprimidos y marginados del pacto neoliberal. Estos dos elementos deben ser constitutivos de su existencia.

Se trata, así, de una transformación que necesita el esfuerzo de todos quienes han sido agraviados en el régimen neoliberal comenzado desde Miguel de la Madrid y llevado a su extremo por Enrique Peña Nieto. Y hay que hacer alusión a los agraviados, los afectados de este régimen neoliberal, porque éstos son los que necesitan y aspiran al cambio. Quienes fueron beneficiados por las políticas de libre mercado y de privatización de los bienes públicos no quieren ningún cambio, por eso torpedean la 4T. Su única alternativa a ésta es el neoliberalismo con sus prácticas de cooptación y corrupción y, en el mejor de los casos, un neoliberalismo carismático como lo describió Nancy Fraser en “From Progressive Neoliberalism to Trump – and Beyond” (American Affairs, Invierno 2017), también con sus prácticas de corrupción y cooptación.

Blog de Jorge Zúñiga dar click aquí.

3 thoughts on “¿Qué es la 4T? – Jorge Zúñiga M.

  1. Jorge Zuñiga argumenta muy bien lo que es la 4T, julio lo dice a su modo entiendo que entre broma y broma
    La 4T en Mexico es tan indispensable como el aire para respirar
    Se vivia en un abuso y agravio al pueblo durante casi quinientos años
    Saludos cordiales
    Francisca Abello

  2. Es un momento histórico importante para lograr reivindicaciones de colectivos y darle su lugar a lo originario encubierto y exotizado por las élites y las relaciones asistenciales. Hora de conocer los pluralismos jurídicos y cosmovisiones (filosofías) propias de las culturas prehispánicas de este territorio nación/ estado que debería ser plurinacional y horizontal en sus relaciones de interculturalidad .

    El hecho de que este Instituto Nacional de Formación Política promueva la filosofía de la liberación a través de las cátedras del Dr. Dussel para estimular el pensamiento crítico me hace sentir representada desde mi locus de pueblo, mujer periférica, mestiza y T.S. Me gusta difundir los contenidos para contribuir en esta acertada educación popular. Esto es 4T y sin autocrítica no hay revolución.

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Estamos en una situación en la cual cada uno de nuestros movimientos lo debemos pensar más de dos veces, literal. También las acciones colectivas deben estar responsablemente diseñadas y apegadas a la información objetiva. Estamos en una situación de jaque al rey, para hacer alusión a la frase empleada por Enrique Dussel (La Jornada, 04/04/2020).

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